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Blog de arte y diseño en donde se publican algunos pensamientos y trabajos de aula vinculados con el proceso de enseñanza aprendizaje de ambas disciplinas en diferentes niveles del sistema educativo.
jueves, 10 de abril de 2014
lunes, 27 de mayo de 2013
domingo, 12 de agosto de 2012
miércoles, 11 de julio de 2012
VERÓN, Eliseo. Semiosis de lo social. Fragmentos de una teoría de la discursividad. España, Gedisa, 1996, 235p.
La semiosis social.
Eliseo Veron
El Sentido como
producción discursiva
Los fenómenos de
sentido deben concebirse como apareciendo, por un lado, siempre bajo la forma
de conglomerados de materias significantes; y como remitiendo, por otro, al
funcionamiento de la red semiotica conceptualizada como sistema productivo. El acceso a la red semiotica siempre implica un trabajo de
analisis que opera sobre fragmentos extraidos del proceso semiotico, es decir,
sobre una cristalizacion (resultado de la intervención del analisis) de las
tres posiciones funcionales (operaciones-discurso-representaciones). Se trabaja sobre estados, que solo son pequeños pedazos del tejido de la semiosis,
que la fragmentacion transforma en productos. La posibilidad de todo analisis del sentido descansa sobre la hipótesis
según la cual el sistema productivo deja huellas en los productos y que el
primero puede ser reconstruido a partir de una manipulación de los segundos
(analizando productos, apuntamos a procesos).
La teoria de los discursos sociales es un conjunto de
hipótesis sobre los modos de funcionamiento de la semiosis social. Por semiosis
social entendemos la dimension significante de los fenómenos sociales: el
estudio de la semiosis es el estudio de los fenómenos sociales en tanto procesos de producción de sentido. Una
teoria de los discursos sociales reposa sobre una doble hipótesis:
a)
Toda producción de sentido es
necesariamente social: no se puede describir ni explicar
satisfactoriamente un proceso significante sin explicar sus condiciones
sociales productivas
b)
Todo fenómeno social es, en una de sus dimensiones constitutivas, un proceso de producción de
sentido (cualquiera que fuera el nivel de analisis)
Todo funcionamiento social tiene una dimension significante
constitutiva. Pero la hipótesis inversa es igualmente importante: toda
producción de sentido esta insertada en lo social.
Esta doble hipótesis es inseparable del concepto de discurso: esta doble determinación puede
ser puesta en evidencia a condicion de colocarse en el nivel de los
funcionamientos discursivos. Este doble
anclaje, del sentido en lo social y de lo social en el sentido, solo se puede
develar cuando se considera la producción de sentido como discursiva. Por lo
tanto, solo en el nivel de la discursividad el sentido manifiesta sus
determinaciones sociales, y los fenómenos sociales develan su dimension
significante.
Toda producción de
sentido tiene una manifestación material. Esta materialidad del sentido define la condicion
esencial, el punto de partida necesario de todo estudio empirico de la
producción de sentido. Siempre partimos de paquetes
de materias sensibles investidas de sentido que son productos; con otras palabras, partimos siempre de configuraciones
de sentido identificadas sobre un soporte material (texto lingüístico, imagen,
etc) que son fragmentos de la semiosis. Cualquiera que fuere el soporte
material, lo que llamamos un discurso o
un conjunto discursivo no es otra cosa que una configuración espacio temporal
de sentido.
Las condiciones productivas de los discursos sociales tienen
que ver, ya sea con las determinaciones que dan cuenta de las restricciones de
generacion de un discurso o de un tipo de discurso, ya sea con las
determinaciones que definen las restricciones de su recepcion. Llamemos a las
primeras condiciones de producción
y, a las segundas, condiciones de
reconocimiento. Generados bajo condiciones determinadas, que producen
sus efectos bajo condiciones tambien determinadas, es entre estos dos conjuntos
de condiciones que circulan los discursos
sociales. Un objeto significante dado, un conjunto discursivo no puede
jamas ser analizado en si mismo: el
analisis discursivo no puede reclamar inmanencia
alguna. La primera condicion
para poder hacer una analisis discursivo es la puesta en relacion de un
conjunto significante con aspectos determinados de esas condiciones productivas.
El analisis de los discursos sociales no
es otra cosa que la descripción de las huellas de las condiciones productivas
en los discursos, ya sean las de su generacion o las que dan cuenta de sus
efectos.
A los inmanentistas les
decimos que el analisis discursivo no es ni puede ser interno porque ni siquiera podemos identificar lo que hay que
describir en una superficie discursiva, sin tener hipótesis sobre las condiciones
de productivas. Cuando analizan un texto estan necesariamente poniendolo en
relacion con algo que no esta en el texto, aunque ese algo no se formule.
Un objeto significante, en si mismo, admite una
multiplicidad de analisis y lecturas; por si mismo, no autoriza una lectura
antes que otra. Solo deviene legible en relacion con criterios que se deben
explicitar y con las condiciones productivas del objeto significante analizado
(sea en producción o en reconocimiento).
A los partidarios del analisis puramente externo les decimos que el analisis
discursivo no es externo porque para
postular que alguna cosa es una condicion productiva de un conjunto discursivo
dado, hay que demostrar que dejo huellas en el objeto significante, en forma de
propiedades discursivas. Un discurso no refleja nada; el es solo punto de
pasaje del sentido.
Los objetos que interesan al analisis de los discursos no
estan, en resumen, en los discursos;
tampoco estan fuera de ellos. Son
sistemas de relaciones que todo producto significante mantiene con sus
condiciones de generacion por una parte, y con sus efectos por la otra.
En la semiosis, tanto
las condiciones productivas cuanto los objetos que nos proponemos analizar
contienen sentido. Entre las condiciones productivas de un discurso hay siempre otros discursos.
Las relaciones de los discursos con sus condiciones de
producción por una parte, y con sus condiciones de reconocimiento por la otra,
deben poder representarse en forma sistematica; debemos tener en cuenta reglas
de generacion y reglas de lectura: en el primer caso hablamos de gramaticas
de producción y en el segundo, de gramaticas de reconocimiento.
Las reglas que
componen estas gramaticas describen operaciones de asignación de sentido en las
materias significantes. Estas operaciones se reconstruyen (o postulan) a partir de marcas
presentes en la materia significante. Se
puede hablar de marcas cuando se trata de propiedades significantes cuya
relacion, sea con las condiciones de producción o con las de reconocimiento, no esta especificada. Cuando la
relacion entre una propiedad significante y sus condiciones se establece, estas
marcas se convierten en huellas de uno u otro conjunto de condiciones.
Estos dos conjuntos no son jamas
identicos: las condiciones de producción de un conjunto significante no son
nunca las mismas que las del reconocimiento. No hay, por el contrario,
huellas de la circulación: el aspecto
circulación solo puede hacerse visible en el analisis como diferencia entre los dos conjuntos de huellas, de la producción y
del reconocimiento.
Tanto desde el punto
de vista sincronico como diacronico, la semiosis social es una red significante
infinita. En todos sus niveles, tiene la forma de una estructura de
encastramientos.
Tomemos como ejemplo discursos sociales constituidos de materia lingüística
escrita.
En la medida en que
siempre otros textos forman parte de las condiciones de producción de un texto,
todo proceso de producción de un texto es, de hecho, un fenómeno de
reconocieminto. E inversamente, un conjunto de efectos de
sentido, expresado como gramatica de reconocimiento, solo puede manifestarse
bajo la forma de uno o varios textos producidos.
En la red infinita de la semiosis, toda gramatica de producción puede
examinarse como resultado de determinadas condiciones de reconocimiento; y una
gramatica de reconocimiento solo puede verificarse bajo la forma de un
determinado proceso de producción: he ahí la forma de la red de la producción
textual en la historia. Estas gramaticas
no expresan propiedades en si de los
textos; intentan representar las relaciones de un texto o de un conjunto de
textos con su mas alla, con su
sistema productivo (social). Este
ultimo es necesariamente historico.
La estructura de esta red discursiva esta hecha de
relaciones triadicas tejidas unas a otras; se la podria representar bajo la forma de un grafico
(infinito) compuesto por Terceridades. Fijandonos en un punto de la red,
vale decir identificando un discurso de referencia (D1), las relaciones de un
discurso con sus condiciones productivas se pueden representar de la siguiente
manera:
P (D1) designa las condiciones de producción de (D1); R (D1)
las condiciones de reconcocimiento de D1). Como puede verse, se trata de dos
relaciones triadicas con dos puntos comunes (D1) y (O1). Este modelo de unidad minima
de la red discursiva contiene dos veces el grafico triádico de Peirce.
Considerado en relacion con sus condiciones de producción, (D1) es el
interpretante de estas condiciones, y es solo en esta medida que constituye a
(O1) como su objeto. Considerado en relacion con sus condiciones de
reconocimiento, por otro lado, (D1) es signo de su objeto y R (D1) deviene el
interpretante, dentro de la relacion triadica.
lunes, 28 de marzo de 2011
jueves, 10 de marzo de 2011
domingo, 19 de diciembre de 2010
Aprender a escuchar
Reflexiones
Aprender a escuchar
Por Susi Mauer
La Nación, Domingo 19 de diciembre de 2010 | Publicado en edición impresa
El lenguaje nos define y diferencia del resto de los animales. Como bien decía F. Dolto, "el bebe humano es un ser de lenguaje". La palabra, su materia prima, no habita solamente en el habla. El acto de hablar le da vida al lenguaje, lo hace viable, sonoro, lo lanza al terreno de la comunicación, del intercambio.
Es en el encuentro con el otro donde la palabra conquista su verdadero sentido. Y si en el otro no se encuentra la actitud de escuchar, sólo habrá voces, palabras en riesgo de convertirse en ruido. Pese a tratarse de uno de los cinco sentidos, la audición no se conquista naturalmente. Se trata, sobre todo, de un entrenamiento que involucra la crianza, la convivencia y la comunicación.
No nos escuchamos y, peor aún, no nos preocupamos demasiado por ello. Es éste el punto inquietante: la sordera de los oyentes.
El acceso del niño al habla está mucho más jerarquizado como logro que el don de la escucha. Seguir de cerca el proceso de adquisición de la lengua es, sin duda, apasionante. Las primeras palabras conmocionan. Y de allí en más, las redes de esos monosílabos iniciales van tejiendo la malla del lenguaje. El habla del niño va ganando fluidez, pero no necesariamente sucede algo análogo con su posibilidad de escuchar. Los escenarios de la vida actual complejizaron más aún esta realidad. Vayamos a un ejemplo, el de la telefonía adherida al cuerpo. En la última década, el pulso urbano ha cambiado sus ruidos de fondo. Ya no sólo molestan los bocinazos impacientes o los caños de escape aturdidores. El ruido de los teléfonos celulares interrumpe irrespetuoso en todo momento, en cualquier lugar, sin pedir permiso, sin pudor que lo inhiba, sin algo que lo detenga. La tecnología ha ampliado enormemente los alcances de la comunicación, pero también, en cierto sentido, los ha subvertido. El uso indiscriminado, y hasta nocivo, de la telefonía móvil hace más difícil aún nuestra ya escasa posibilidad de escucharnos. Por supuesto que el riesgo no lo aporta la tecnología y sus alcances; tampoco, su uso. Lo importante es cómo decidimos demarcar, desde nosotros mismos, cuándo estamos dentro, o fuera, del "área de cobertura". Solemos ser bastante maleducados para usarlo, hasta grotescos en ocasiones, y vamos deslizándonos hacia una dependencia creciente que no contempla ni al entorno, ni al interlocutor que nos acompaña, ni tampoco a nosotros mismos. Los encuentros son interrumpidos en forma intermitente, perdiendo los diálogos fluidez y naturalidad. El gesto de bajar la vista mirando al propio ombligo para leer disimuladamente un mensaje, o tipear a toda velocidad una respuesta, se nos impuso como un tic nervioso (uno es consciente de lo que le ocurre, pero no puede evitarlo). Alarmas disonantes, ringtones, rebuznos en tono vibrador, suenan en escenarios insospechados: en medio de un concierto, dentro de un baño público, en una charla de amigos en el bar.
En tal bullicio, perdemos registro de cuánto se perturba la comunicación humana. Como dice Santiago Kovadloff, "el ruido triunfa donde no deja oír... el ruido inhabilita siempre a su oyente".
Decir y hablar son imprescindibles pero no suficientes para que la comunicación se entable. Escuchar es una manera de interesarse por el otro. Es registrar que hay otro a quien prestar atención, a quien ofrecer atención. Recién en ese encuentro el lenguaje se torna una experiencia de intercambio, una experiencia de convivencia.
revista@lanacion.com.ar
La autora es psicoanalista; autora, junto con Noemí May, del libro Desvelos de padres e hijos. Emecé
Aprender a escuchar
Por Susi Mauer
La Nación, Domingo 19 de diciembre de 2010 | Publicado en edición impresa
El lenguaje nos define y diferencia del resto de los animales. Como bien decía F. Dolto, "el bebe humano es un ser de lenguaje". La palabra, su materia prima, no habita solamente en el habla. El acto de hablar le da vida al lenguaje, lo hace viable, sonoro, lo lanza al terreno de la comunicación, del intercambio.
Es en el encuentro con el otro donde la palabra conquista su verdadero sentido. Y si en el otro no se encuentra la actitud de escuchar, sólo habrá voces, palabras en riesgo de convertirse en ruido. Pese a tratarse de uno de los cinco sentidos, la audición no se conquista naturalmente. Se trata, sobre todo, de un entrenamiento que involucra la crianza, la convivencia y la comunicación.
No nos escuchamos y, peor aún, no nos preocupamos demasiado por ello. Es éste el punto inquietante: la sordera de los oyentes.
El acceso del niño al habla está mucho más jerarquizado como logro que el don de la escucha. Seguir de cerca el proceso de adquisición de la lengua es, sin duda, apasionante. Las primeras palabras conmocionan. Y de allí en más, las redes de esos monosílabos iniciales van tejiendo la malla del lenguaje. El habla del niño va ganando fluidez, pero no necesariamente sucede algo análogo con su posibilidad de escuchar. Los escenarios de la vida actual complejizaron más aún esta realidad. Vayamos a un ejemplo, el de la telefonía adherida al cuerpo. En la última década, el pulso urbano ha cambiado sus ruidos de fondo. Ya no sólo molestan los bocinazos impacientes o los caños de escape aturdidores. El ruido de los teléfonos celulares interrumpe irrespetuoso en todo momento, en cualquier lugar, sin pedir permiso, sin pudor que lo inhiba, sin algo que lo detenga. La tecnología ha ampliado enormemente los alcances de la comunicación, pero también, en cierto sentido, los ha subvertido. El uso indiscriminado, y hasta nocivo, de la telefonía móvil hace más difícil aún nuestra ya escasa posibilidad de escucharnos. Por supuesto que el riesgo no lo aporta la tecnología y sus alcances; tampoco, su uso. Lo importante es cómo decidimos demarcar, desde nosotros mismos, cuándo estamos dentro, o fuera, del "área de cobertura". Solemos ser bastante maleducados para usarlo, hasta grotescos en ocasiones, y vamos deslizándonos hacia una dependencia creciente que no contempla ni al entorno, ni al interlocutor que nos acompaña, ni tampoco a nosotros mismos. Los encuentros son interrumpidos en forma intermitente, perdiendo los diálogos fluidez y naturalidad. El gesto de bajar la vista mirando al propio ombligo para leer disimuladamente un mensaje, o tipear a toda velocidad una respuesta, se nos impuso como un tic nervioso (uno es consciente de lo que le ocurre, pero no puede evitarlo). Alarmas disonantes, ringtones, rebuznos en tono vibrador, suenan en escenarios insospechados: en medio de un concierto, dentro de un baño público, en una charla de amigos en el bar.
En tal bullicio, perdemos registro de cuánto se perturba la comunicación humana. Como dice Santiago Kovadloff, "el ruido triunfa donde no deja oír... el ruido inhabilita siempre a su oyente".
Decir y hablar son imprescindibles pero no suficientes para que la comunicación se entable. Escuchar es una manera de interesarse por el otro. Es registrar que hay otro a quien prestar atención, a quien ofrecer atención. Recién en ese encuentro el lenguaje se torna una experiencia de intercambio, una experiencia de convivencia.
revista@lanacion.com.ar
La autora es psicoanalista; autora, junto con Noemí May, del libro Desvelos de padres e hijos. Emecé
domingo, 5 de diciembre de 2010
lunes, 27 de septiembre de 2010
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